Inefable (algo tan increíble que no puede ser expresado con palabras), creo que es la forma en que describiría mis últimos días. Comenzamos un camino sin saber exactamente cuál era la ruta, confiando en lo que se presentaba. Sabíamos que la meta era Santiago; sin embargo, no tenía ninguna expectativa de cómo iba a ser y me regreso con un corazón que se desborda, que no cabe en mi pecho, con más preguntas que respuestas, pero lleno de tranquilidad.
Qué chistoso se vuelve el camino cuando nos permitimos soltar, quitarnos el peso de la cruz, la mochila. Empezamos a dejar ropa por el camino porque nos pesa: zapatos, cosas que nos duelen, personas, situaciones y miedos. Entendemos que no necesitamos tanto para ser verdaderamente libres y plenos.
Dios siempre premia🏅
“Sin prisa” fue algo que me repetía mucho durante estos días. A veces pasa que traemos prisa para todo, corriendo para todos lados, exigiéndonos tanto, y vivimos con esta urgencia sin preguntarnos para dónde y por qué. Vivimos en una constante monotonía, intentando mantener un ritmo con el que no podemos. Aprender a bajar el ritmo y aceptar ayuda es la única forma en la que aprendemos a hacernos chiquitos, humildes y vulnerables, y es ahí donde Él comienza a actuar, donde nos permitimos ser instrumentos para los demás.
Cuánto se aprende cuando nos detenemos y comenzamos a escuchar con el corazón las necesidades del de al lado. Cuando levantamos la cabeza, dejamos de ver por dónde pisamos y apreciamos lo que nos rodea y quién lo comparte con nosotros. Más que nunca me queda claro que NO estamos llamados a pasar por esta vida solos. Qué bendición contar con gente que está cerca de ti, apoyándote, siendo equipo, y a su vez sentir a la gente lejos de ti cerca, apoyándote y creyendo en ti, dándote porras y escuchando tus quejas cuando te duele algo y estás cansado.
Qué importante es aprender a vivir, a gozar cada paso. Cuánta vida da estar agradecido, estar dispuestos a recibir todo siempre bien y de buenas. Cuánta vida dan las conversaciones profundas, ayudar al otro, guardar silencio, caminar solo, caminar rodeado. Me impresiona lo fácil que se vuelve seguir caminando a pesar del cansancio cuando vas con la gente correcta, con la gente que saca lo mejor de ti, personas que admiras, que están dispuestas a guardar sus dolores para animarte, y a lo mejor eso es lo que hace todo esto tan mágico. Confirmo que las mejores batallas se dan en silencio.
Me di cuenta de que me encanta amar intensamente, amar a cada persona que conforma mi vida, cada experiencia, cada cosa que está por venir: reto, dolor, oportunidad, subidas y bajadas.
Muchas veces no nos damos cuenta de que la única forma de conectar es desconectando, dejando a un lado el ruido en el que vivimos 24/7. La manera para que brote lo que traemos en el corazón es así. Esto viene de la mano con una libertad inmensa, una libertad que todos anhelamos, pero que cuando la tenemos, da miedo, ya que ahí es donde comprendemos el inmenso amor que se nos ha entregado y que viene con una soledad habitada y acompañada por Él y mucha responsabilidad.
Por último, pero no menos importante, es lo difícil e increíble que se vuelve la llegada a la meta, en este caso, Santiago de Compostela. Alguien dijo: “No puedes gozar de ropa limpia si no estás dispuesto a mancharte”, y qué cierto es. Cuando aceptamos mancharnos y gozamos eso con todo el corazón, comprendemos que la meta no es solo llegar, sino lo importante que es poder divertirte, poder gozar un poquito de todo, ensuciándote en el camino. Así, haciendo un cielo en la tierra, un cielo lleno de bendiciones, con un corazón que revienta de gozo y se cae rendido ante tanto amor.
Spoiler alert: si tu vida y tu camino en ella no se sienten como un cielo en la tierra, ¡BORING!
Por un camino lleno de risas, caídas y levantadas, acompañados y solos.
De paso y en deuda 👣❤️🩹
Increíble hermana!!❤️ gracias por compartir