6 días de caminar, 6 días de seguir y confiar en unas flechas amarillas que no sabíamos por dónde nos llevaban, pero que nos llevaba a donde teníamos que llegar. El camino de Santiago fue una perfecta representación de lo que es la vida: un largo camino, precioso, rodeado de amor, felicidad y de gente increíble, pero también un camino donde íbamos cargando nuestra cruz en, este caso, la mochila, con mucha incertidumbre, altas y bajas.
Muchas veces escuchaba la frase “desconéctate y conéctate” y esta vez realmente la puse a práctica. No tener noción del tiempo, sin andar checado constantemente el celular, ninguna sola preocupación de cómo me veía, una lista de pendientes que palomear o prisa para llegar al próximo pueblo. Empecé a soltar todo lo que estaba en el mundo exterior de preocupaciones, agobio y miedo. Solté el miedo de la incertidumbre y el miedo no saber lo que me esperaba. Y perdiendo ese miedo gané la libertad de vivir en el presente. Disfrutando del camino a lo máximo, a veces rodeada de gente y, otras veces, en momentos de soledad.
Cuando vives en el presente empiezas a gozar la vida con una sencillez y de una manera inexplicable. La felicidad está escondida en los pequeños detalles y esas cosas pequeñas hacen que sucedan grandes cosas. A ratos, cuando iba caminando sola, me di cuenta que en el silencio hay mucho ruido y, abriéndole mi corazón a Dios, me di cuenta que esas flechas amarillas que no sé a donde voy pero que me llevan a donde tengo que ir, representan lo que es Dios en mi vida. Dios es esa flecha amarilla en la cual si confío en Él y me dejo guiar de su mano, me va a llevar a donde tengo que ir, gozando del camino y de la gente increíble que te encuentras ahí.
Todos viven su camino a su manera, igual que en la vida unos más rápidos que otros, pero si de algo me di cuenta es que, aunque todos vamos llevando un camino a ritmos diferentes, tenemos el mismo fin, que es llegar al cielo. El camino no termina en Santiago sino ahí empieza un camino lleno de aprendizajes, gozo, apapaches, subidas, bajadas, risas, lágrimas, y dolor, pero sobre todo un bello camino lleno de amor, felicidad, libertad, amistades y de un Dios bueno un Papá que nos lleva a una vida eterna llena de paz, amor y plenitud.