¿Recuerdan que, en el libro del Génesis, Dios puso dos árboles en el jardín del Edén? Un árbol del conocimiento del bien y del mal, y el otro de la vida. Claramente, la biblia nos está tratando de explicar verdades complejas con un lenguaje de historias, mitología, y analogías. Leyendo este pasaje de Génesis capítulo 2, podríamos llegar a la conclusión de que Dios nos quiere esconder algo, que detrás de la regla de no comer la manzana (¿o era una piña?) hay un tirano caprichoso que no quiere que sus súbditos se enteren de la realidad. Tampoco podemos contentarnos con una explicación fácil, diciendo que Dios es un padre que quiere proteger a sus hijos. ¿Estás realmente protegiendo a tus hijos si les mantienes en casa todo el tiempo y nunca salen a la luz del día?
Creo que falta ir más allá de los detalles de la historia, y entrar en la simbología profunda de lo que nos quiere comunicar esta historia del Génesis. Dios creó al hombre del polvo de la tierra, (materia) y luego le sopló su mismo espíritu de vida (espíritu). El texto dice que el hombre se hizo un ser viviente (Génesis 2:7). Somos una especie única, dado que venimos de la tierra, con mucho en común con los animales, pero con esa inspiración divina, lo que llamamos el alma humana. Uno diría que nos encontramos en el salto entre dos puntos, extendidos sobre un abismo existencial. Pero yo lo veo distinto. Somos seres destinados a la libertad, y en vez de vivir con el terror de no saber si lograremos completar el salto de un lado a otro, prefiero visualizarlo como un columpio.
Sí, un columpio. Cuando ves a un niño en él disfrutando un rato el descender y ascender notas tres cosas. En primer lugar, ves que la gravedad siempre vence. Uno puede empujar lo más fuerte posible y llegar al punto más alto inclusive, pero al final, el cuerpo regresará a su punto inicial con su peso natural. Y como péndulo, el columpio oscilará en la dirección opuesta. En segundo lugar, hay un momento precioso en la actividad del columpio: aquel momento cuando llegas al culmen. El movimiento te lleva a estar casi sin peso, ves el mundo desde arriba, y por un segundo parece que ni estás subiendo ni bajando, solo estás suspendido en el aire. Tu cabello flota alrededor de ti, acariciado por el sol y la dulce experiencia de simplemente existir. Alegría pura. Y luego en tercer lugar, tu decisión de seguir poniendo tu esfuerzo para seguir disfrutando del columpio. Eso requiere que mueves tu piernas, espalda y brazos; toda una sinfonía de movimiento dirigido en concierto con la gravedad (lo que eres) y la búsqueda de ese momento sin peso y sin preocupaciones (lo que puedes ser).
Aunque la imagen es simple creo que nos da una bonita dinámica de la libertad que buscamos como Piedras Vivas. Considero que no es novedad que como hombres y mujeres estemos siempre buscando ser libres. Pero como Adán y Eva que extendieron su mano hacía el fruto prohibido, nos encontramos muchas veces fuera de sintonía. No sabemos ejercer está tercera parte de la dinámica de la libertad, estamos descoordinados, y por eso no llegamos a esa altura deseada y añorada
Concretamente, ¿por qué batallamos tanto con esta maldita y bendita libertad? La existencia misma de ese árbol del conocimiento del bien y del mal es una prueba de la confianza que Dios tiene en nosotros. No quiere esclavos de estructuras y programas. Nos quiere libres, y esto es un riesgo. Pero muchas veces no sabemos cómo lidiar con nuestra libertad Creo que no hay palabras más sinceras, reales, y vulnerables que las de San Pablo en su carta a los Romanos, “De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.”1 Esa misma maravilla de nuestra naturaleza, esa composición de materia y espíritu es como gravedad y tensión. No es un problema, pero como cualquier cosa, si eres un principiante o has aprendido mal, cualquier actividad se puede complicar rápidamente.
Albert Camus escribió que “el hombre es el único ser que se rehúsa ser sí mismo.”2 Lo que san Pablo describió y lo que nosotros experimentamos todos los días es una tensión y no harmonía entre estos dos polos de nuestra naturaleza. De nuevo, la lectura de la tentación del hombre por parte de la serpiente nos muestra el momento en que la libertad del hombre fue puesta a la prueba.
En primer lugar, la serpiente ofrece la divinidad. Vas a ser como un Dios, mira hacia arriba y olvida tu carne. Tu libertad es absoluta y los demás no importan. Tú eres tu propio Dios. Esta corriente de filosofía y ética ha existido desde hace siglos, y se llama estoicismo. Volvemos al ejemplo del columpio. Estos excesos de alturas no te gustan, pero ni modo hay un columpio. No nos ponemos en movimiento, no vamos a turbar las aguas, no vamos a buscar sensaciones porque esto nos lleva a exceso de la carne, y la carne está opuesta al espíritu. Quieto, (o como decían los griegos, ataraxia) no pienses en lo que opinan los demás, concéntrate en ti mismo. Ciertamente el estoicismo como sistema de idea tiene muchísimos puntos positivos, pero expone la tentación de solo quedar en una parte de nuestra naturaleza y descuidar la otra. Por ello, hay que ser conscientes que no es la respuesta completa.
En segundo lugar, Adán y Eva extendieron la mano hacia el árbol porque vieron que la fruta era apetecible. La manzana se veía buena, les gustó, tenía un buen aspecto. Dieron prioridad a sus sentidos, pasiones, y su mera materia. En contraposición al estoicismo, tenemos la corriente de ética del hedonismo. Esta vez subes al columpio, y te diviertes en la continua sensación de movimiento, de subir y bajar, con el viento corriendo por tu cabello. Es una vida sumergida en la materia. ¡Y qué buena vida, diría! La iglesia por demasiado tiempo ha demonizado la carne, pero todos hemos tenido nuestra cruda existencial. Hemos olvidado por momentos el espíritu en nuestra búsqueda de sensaciones.
Y en tercer lugar tenemos una filosofía que, en mi opinión, caracteriza nuestros tiempos: el nihilismo. Visto que es inútil estar sentado por horas sin hacer nada en el columpio y que al mismo tiempo nos cansamos de solo buscar sensaciones, es mejor ni subir al columpio. De hecho, no existe el columpio, o mi tiempo en esta vida es tan corto e inútil que mejor ni intentarlo. Y nuestros días en esta vida caen en un sin sentido, porque ni vale la pena tratar de ser un dios, ni vale la pena disfrutar de las cosas buenas de esta vida. Una existencia pesada. Camus, en su libro, “La Caída”, dice que “Para cualquier persona que está solo, vivir sin Dios o sin un maestro, el peso de los días se hace insoportable.”3
Quiero repetir que cada una de estas filosofías quiso responder a una pregunta seria del hombre. No todo está mal y, de hecho, queremos un poco de todo. Por lo tanto, yo quiero introducir una nueva filosofía y una nueva ética: “Piedras Vivismo.” Ok, es una broma, no existe esa filosofía, y de hecho todo lo que somos viene de la experiencia con Cristo. Pero en ese sentido, si has notado, estas tres filosofías tienen un factor en común: es un sentido de libertad individual un poco exagerado. Hoy en día escuchamos tanto de ‘mis libertades, derechos, y propiedades.’ Y sí, existen esas cosas, pero, ¡qué mundo tan solo si solo te preocupas de tus cosas! Hoy en día somos como burbujas de libertad que se chocan unas contra otras. Y mi libertad termina donde la tuya empieza. De allí nacen los conflictos.
Estaba leyendo Camus el otro día, y una frase me cambió completamente la perspectiva sobre el tema de la libertad. Chance por ser americano había nacido con esta idea de que cada individuo es soberano, que sus derechos son inviolables, y que la libertad personal es el valor más alto. Yo determino quién soy. Es una cuestión de identidad. Pero esa frase de Camus me revolucionó el corazón: “Los hombres se emancipan solo base a grupos naturales.” ¿Qué quiere decir esto? La libertad se alcanza en comunidad, cuando juntos vemos la manera de salir de nuestras prisiones de ideologías, prejuicios, y disposiciones. Esa emancipación de nosotros mismos es lo que pasó con el Pueblo de Israel. Salieron juntos de la tierra de Egipto, caminaron juntos por el desierto, y entraron juntos a la Tierra Prometida. Dios quiere amar a cada uno de nosotros individualmente sin duda, quiere tener una relación con cada uno como si fuéramos los únicos en existir. Pero percibimos y recibimos este amor en muchos casos en comunidad. La comunidad, la Iglesia, y la familia son estos patios donde nos metemos en juego, ejerciendo nuestra libertad en concierto y armonía con los demás. Es a esto que aspiramos en Piedras Vivas. ¡Esto es Piedras Vivismo! Un poco de todo, vivir al límite, servir a los pobres y caminar juntos en la libertad del Espíritu.
En resumen, no proponemos un camino nuevo. Es un camino que empezó Jesús. Este juego complejo y sencillo consiste en vivir la vida al límite, gozar completamente de quienes somos como hombres y mujeres, y crecer como comunidad. Es aceptar quién eres, aspirar a quien puedes ser, y ponerte en juego en el columpio de la libertad. Vas a tropezar y fallar; es de esperar. Por eso hay la mirada de misericordia de Jesús y la comunidad que te sostiene. ¡Por eso la Iglesia eres tú! Sin ti, esa Iglesia sería un poco menos libre y un poco más chiquita. Así que, ¿qué esperas?
Muy buena reflexión y es cierto no podemos ejercer nuestra libertad si nos mantenemos aislados de los demás, creyéndonos que sólo podemos ser libres si hacemos lo que queremos sin tomar en cuenta a las personas que nos rodean, es una libertad falsa. Cómo dijo San Pablo ” todo me es lícito, pero no todo me conviene” que Dios nos sostenga para ejercer bien la gracia de la libertad que nos regala. Amén. Gracias P John Kenny.
Tremendo este ensayo!
¡Genial!
La libertad sin reglas y sin disciplina es una condenación perpetua.