El camino sí es la vida, las altas y las bajadas, los problemas, las lluvias, los amaneceres y los días soleados. Todo esto hace que nuestro camino sea un poco de todo, donde tenemos que aprender a encontrar el balance de vivir en relación con Dios, donde mantengamos obediencia en las circunstancias, o sea, que en cualquier lugar que nos encontremos aprendamos a ver a Dios o actuar como Jesús.
Vivimos la austeridad dejando atrás los lujos con los que vivimos. Gracias a eso, convivimos con lo que somos, no con lo que tenemos, y es donde vemos que el valor de una persona está en el corazón de alguien. Aprendí que no necesitamos nada de esas cosas materiales para aparentar ni depender de ellas para sentirnos alguien. Aún así, si se tiene, es importante saber disfrutarlas y hasta dónde se deja de disfrutar y se vuelve un cargo más en la mochila.
También tuvimos que dejar ir ciertas cosas de la mochila, ya sea un termo o cosas que tenemos guardadas y que nos damos cuenta que solo nos ocupan espacio y se vuelven un peso a nuestra espalda. Así en la vida, hay que dejar ir cosas, pensamientos, personas.
El dejar ir también se puede relacionar con los problemas o dificultades que a veces se nos presentan. Es un proceso difícil donde quizá tardes mucho, pero con fe y confianza en Dios, y pones todas esas inquietudes en sus manos con el rosario y la oración, el camino se vuelve mucho más ligero.
En el camino también tenemos momentos de vacío, y eso no quiere decir que sea algo malo o que no esté bien. Quizá hay veces que escuchar música y disfrutar del momento también nos ayuda y es parte de él.
En el camino, vamos rebasando personas y muchas personas nos rebasan a nosotros, pero es importante mantenernos siempre en nuestro camino ya que cada quien vive su camino a su paso. En la vida, podemos ver a los demás como inspiración, pero nunca como competencia. La competencia siempre es tú contra tú.
Encontramos a Dios en cada persona del camino que nos manda a nuestra vida para levantarnos cuando nos caemos o nos ayudan a sanar esas heridas que en el camino nos vamos haciendo.
El camino al cielo, donde empezamos sin saber nada, sin conocer a dónde vamos, sin conocer a las personas con las que vamos, avanzando solamente siguiendo esas flechas amarillas que nos guían en el camino. Durante este camino, vamos conociéndonos a nosotros mismos y a más personas que, guiados por Dios, lo vamos conociendo cada vez más y acercándonos a Él sin cambiar nada de nosotros. En sí, cuando nosotros nos acercamos a Él, Él nos va sanando y mejorándonos para ofrecernos con amor a los demás y llegar todos juntos al cielo.